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¿Cómo se regula la creación de dinero?

Economía monetaria para personas de a pie, parte III

En el artículo ¿Qué es el dinero? se definió el dinero como una forma de deuda, explicando que el crédito de alguien siempre se corresponde con la deuda de otros. Además, se describieron los tres principales tipos de dinero en la actualidad; el dinero en efectivo, los depósitos bancarios y las reservas BC. El siguiente artículo de la serie, ¿Cómo se crea el dinero?, ilustró el proceso a través del cual los bancos comerciales crean dinero de la nada para financiar el consumo de hogares y empresas, y cómo esto les otorga una importante influencia sobre los niveles de deuda privada en la economía. De este modo, cabe preguntarnos si existe algún mecanismo para controlar la cantidad de dinero que los bancos comerciales inyectan en la economía, y prevenir así un crecimiento insostenible de la deuda privada que pueda provocar una crisis financiera como la de 2007-08. Este artículo tiene como objetivo describir los principales mecanismos que regulan la cantidad de crédito que los bancos comerciales crean y analizar de forma crítica su efectividad para atenuar los ciclos macroeconómicos. [1]

Como aprendimos en el artículo previo, los bancos comerciales tienen la capacidad para crear dinero a base de otorgar prestamos al sector privado, incrementando así el suministro de dinero. Cuando todos los bancos comerciales incrementan la concesión de préstamos, algo habitual en tiempos de bonanza económica, el volumen de dinero en la economía crece. En una situación así, el banco central se ve obligado a incrementar la cantidad de reservas BC para hacer frente al aumento de transacciones entre bancos comerciarles y evitar que el sistema de pagos colapse. En este sentido, la creación de dinero no está restringida desde dentro, por lo que los bancos comerciales pueden crear cantidades ilimitadas de dinero. Entonces, ¿a qué clase de restricciones se enfrentan los bancos a la hora de crear dinero?

Uno de los principales mecanismos utilizados por la Unión Europea y otras economías son los denominados requerimientos de capital, cuya finalidad es asegurar la solvencia de los bancos comerciales y limitar la creación de crédito de forma indirecta. Los requerimientos de capital obligan a los bancos comerciales a apartar una cantidad de dinero cada vez que otorgan un préstamo. De esta forma, los bancos comerciales pueden seguir operando, incluso cuando algunos de sus clientes se vean obligados al impago. Por ejemplo, apartar el capital equivalente al 10% de sus préstamos permite a un banco mantenerse solvente en caso de que sus clientes no puedan hacer frente al pago del 10% de sus deudas.

El Banco de Pagos Internacionales (Bank of International Settlements o BIS por sus siglas en inglés), también conocido como el banco de los bancos centrales, tiene como objetivo mejorar la estabilidad financiera a nivel internacional. Para ello publica desde 1988 una serie de recomendaciones sobre requerimientos de capital, conocidos como los acuerdos de Basilea. Esta normativa no vinculante propone una serie de baremos de riesgo para cada tipo de préstamo de tal forma que, si un banco extiende un préstamo asociado a un alto riesgo de impago, tendrá que apartar más capital que si se tratase de un préstamo de bajo riesgo.

Sin embargo, incrementar las ratios de requerimiento de capital no limita la creación de crédito de forma efectiva por dos razones. En primer lugar, porque la evaluación del riesgo la realizan los propios bancos comerciales o empresas de tasación. Esto hace que durante épocas en las que reina la confianza, ambos estén interesados en reducir las estimaciones de riesgo para otorgar más préstamos y aumentar sus beneficios. Además, como vimos en el artículo previo, los bancos reciben ganancias por cada préstamo que otorgan en forma de intereses y otras tasas. Por consiguiente, cada vez que un banco recibe ingresos de sus préstamos, puede destinar parte a sus requerimientos de capital, lo que les permite extender más préstamos que derivan en más beneficios, y así sucesivamente.[2]

Durante los años previos a la crisis financiera de 2007-08, los bancos descubrieron una forma de sortear los acuerdos de Basilea sobre requerimientos de capital. La titulación, también conocida por el anglicismo securitización, consiste en vender un préstamo de tal forma que los bancos pueden deshacerse del riesgo asociado a dicho préstamo. Retirar préstamos de sus hojas de balance permite a los bancos seguir ofreciendo préstamos sin saltarse los requerimientos de capital. En la mayoría de los casos, sin embargo, los bancos vendían sus préstamos más arriesgados a empresas subsidiarias con el objetivo de seguir recibiendo beneficios sin que el alto riesgo afeara sus hojas de balance.[3] Estas empresas subsidiarias tenían como único objetivo absorber préstamos tóxicos de sus empresas madre de tal forma que, si algún cliente recurría al impago de su deuda, la empresa subsidiaria caería para evitar el colapso del banco.[3] Esta estrategia permitió a los mayores conglomerados bancarios del mundo hacer creer a las autoridades que las operaciones que estaban realizando se ajustaban a los estándares de riesgo. A pesar de que estos bancos estaban transfiriendo el riesgo de sus préstamos, las deudas que conllevaban estos riesgos no dejaron de existir, por lo que la fragilidad sistema financiero en conjunto continuó aumentando.

Todos conocemos el desenlace de esta historia. El modelo “origina y distribuye” –los bancos originan préstamos y los distribuyen a través del sector financiero para deshacerse del riesgo– solo estaba en condiciones de soportar una cantidad limitada de riesgo. La concesión de crédito en masa al sector privado por parte de los bancos comerciales provocó niveles insostenibles de deuda, de modo que cuando los hogares y las empresas comenzaron a recurrir al impago con mayor frecuencia, no solo cayeron las empresas subsidiarias, sino también los principales bancos y con ellos, los sistemas financieros de países enteros. 

A la crisis financiera le siguió un proceso de reflexión por parte de los reguladores para determinar qué había fallado y cómo evitar que algo así volviera a ocurrir. El BIS presentó los acuerdos de Basilea III para incluir mayores requerimientos de capital, exigir a los bancos un mínimo de activos líquidos y reducir la ratio permitida de deuda sobre el total de activos, entre otras medidas. Estas nuevas recomendaciones se aprobaron en 2010 con la idea empezar a implementarse en 2013, auqnue la entrada en vigor de Basilea III ha sido pospuesta en varias ocasiones hasta enero de 2023. A pesar de la demora en el proceso, Estados Unidos y la Unión Europea consiguieron aprobar versiones de Basilea III adaptadas a sus sistemas financieros, por lo que es relevante preguntarnos hasta qué punto los renovados acuerdos logran una mejor protección frente al exceso de crédito.   

La efectividad de estas medidas depende de que el mercado monetario se desarrolle dentro de una competición perfecta. Es decir, los proveedores (bancos comerciales) y demandantes de crédito (sector privado) deben encontrarse en igualdad de condiciones para que el equilibrio entre suministro y demanda determine el precio y la cantidad de crédito en el mercado. No obstante, los bancos –y sobre todo los grandes conglomerados financieros– disponen de información privilegiada sobre el mercado y el comportamiento de los consumidores, por lo que tienen la capacidad de desequilibrar el mercado a su favor. Los acuerdos de Basilea se centran en incrementar el precio del crédito de forma indirecta – a base de imponer requerimientos y otras trabas que suponen un gasto adicional para los bancos– con el objetivo de limitar su cantidad. No obstante, la abrumadora ventaja de los bancos comerciales les permite crear dinero de forma practicamente indefinida.

Si regular la cantidad de crédito en el mercado a través de su precio no funciona de forma efectiva, la otra opción es hacerlo de forma directa, es decir regulando el suministro de crédito. Esta lógica es precisamente la que, a partir de la década de los 40 utilizaron países como Japón, Corea y Taiwán con la denominada “ventana de guía” (window guidance en inglés), una política monetaria en la que el banco central determina la cantidad de crédito necesaria para alcanzar los objetivos de crecimiento económico del país, repartiéndolo entre los diferentes bancos y sectores productivos. Las ventajas de este sistema son varias; por un lado, la mayor parte del crédito se invierte en la producción de bienes, servicios e innovación, que repercuten directamente en la calidad de vida de la población ofreciéndoles más variedad y mejores productos. Además, el crédito no llega a actividades de baja productividad como la financiera o especulativa que, aunque aportan riqueza para las rentas más altas, apenas contribuyen al bienestar social. Por si fuera poco, la ventana de guía resulta eficaz controlando la inflación, ya que la cantidad de crédito disponible en la economía crece al mismo ritmo que lo hace la producción de bienes y servicios con valor añadido.[5] Por el contrario, destinar gran parte del crédito a grandes conglomerados financieros y fondos de inversión contribuye a inflar el precio de bienes básicos, como la vivienda en los años previos a 2007. Estos mecanismos de control y reparto de crédito han sido identificados como una de las principales razones del “milagro económico” en varios países de Asia del este, que durante la década de los 60 y 90 lograron una rápida industrialización al mismo tiempo que mantuvieron tasas de crecimiento económico altas.[6]

En este artículo se han descrito brevemente los principales mecanismos utilizados para controlar la cantidad de crédito en la economía. Asimismo, se han expuesto las razones por las que los requerimientos de capital fueron incapaces de contener la crisis financiera de 2007-08, y por qué las posteriores enmiendas a los acuerdos de Basilea, que continúan centrándose en el precio del crédito, no constituyen una mejora sustancial de cara a futuras crisis. De este modo, y con el fin de evitar niveles insostenibles de deuda privada, las autoridades reguladoras deberían centrarse en limitar la cantidad de crédito de forma directa.


[1] La normativa que regula el sistema bancario es compleja y varía por países. Lejos de realizar un análisis en profundidad, este artículo tiene como objetivo explicar los principales mecanismos regulatorios y analizar su efectividad para limitar la cantidad de crédito.

[2]Josh Ryan-Collins, Tony Greenham, Richard Werner, y Andrew Jackson (2012). “Where does Money Come From?” The New Economics Foundation, Londres.

[3]Cabe recordar que cuanto más alto sea el riesgo asociado a una operación, mayor es la potencial ganancia. En este sentido, los bancos están interesados en mantener sus préstamos de alto riesgo.  

[4]Si te interesa saber más sobre como las fortunas y bancos más grandes del mundo sortean la ley para acumular más capital, te recomiendo “El Código del Capital” de Katharina Pistor.

[5] Richard Werner (2005). “New Paradigm in Macroeconomics: Solving the Riddle of Japanese Macroeconomic Performance.” Palgrave Macmillan, New York.

[6] World Bank (1993). “The East Asian Miracle: Economic Growth, and Public Policy.” The World Bank, Washington DC.

Ha-Joon Chang (2006). “The East Asian Development Experience: The Miracle, the Crisis and the Future.” Zed Books, Londres.

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